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domingo, 2 de agosto de 2015

Desconocidos

Ella se llamaba Martina, tenía 23 años, estudiaba abogacía. Le iba bien en lo que estudiaba, era una estudiante promedio. Todos los fines de semana salía a algún pub o discoteca, cualquier lugar que tuviera música alta, donde podría desinhibirse por algunas horas. No importaba el ambiente, ni la gente, ni la música, ella usaba cada cosa para su propio beneficio. Le gustaba que la música, cualquiera que fuese, estuviese a su mayor volumen, cosa de que no pudiera escuchar sus propios pensamientos, ni tampoco escuchar nada de lo que el resto le decía.
Cada noche usaba un atuendo diferente. Algún vestido vaporoso de colores diversos que la hiciera ver más delgada a pesar de que ella ya lo era. Unos zapatos altos, que aumentaran su altura de metro sesenta y le estilizaran sus piernas, halagadas por muchos. La mayoría de las veces se peinaba simple, dejaba suelto su largo cabello rubio oscuro. Usaba poco maquillaje, un fino delineado para contornear sus ojos claros, rímel para sus largas pestañas, y el último toque que a veces aplicaba; un rojo escarlata para sus delicados labios.
A cada lugar al que iba era deseada por hombres y mujeres. Cada vez que miraba a alguien le rompía las pobres ilusiones o esperanzas que tuviesen de que ella les prestara algo de atención. Martina no necesitaba esa atención, pero le gustaba sentirse poderosa y conocer el efecto que causaba en el resto de la gente, aunque realmente no le importaba ninguna de esas personas.
No le importaba nada ni nadie, estaba acostumbrada a eso. Usaba a la gente de su entorno como más le convenía sin gastar un segundo pensando en las consecuencias para el resto, el objetivo siempre era su propia satisfacción. Lo hizo toda su vida, a sus padres los controlaba en cualquier sentido. Venía de una familia adinerada que nunca había tenido problemas económicos y que siempre complacía cada capricho que su hija única reclamaba, así continuó siendo incluso cuando se fue de su casa. Sus padres le compraron un gran departamento amueblado en una buena ubicación de la ciudad en la que estudiaba. Tenía un fideicomiso ilimitado, el cual usaba a su antojo siempre que quería. En la secundaria se aprovechaba de los más débiles, de esas chicas necesitadas y marginadas. Se volvía amiga de ellas para conseguir tarea, o un tiempo con algún chico de turno. Ya de grande, en la universidad tenía amistades con varias jóvenes, quienes salían con ella los fines de semana, la mayoría de ellas también eran ricas. Ellas pensaban que eran iguales a Martina pero a simple vista se podía apreciar la diferencia, una elegancia y belleza la hacía distinguirse del resto. A pesar de que al principio eran muchas las personas que había cultivado en su círculo de amistades, Martina tuvo que controlar ciertas actitudes, las cuales provocaban el enojo y la enemistad en algunas. No le molestaba quedarse sola, eso no le importaba, pero las necesitaba para su propio beneficio.  Y en cuanto a los hombres, bueno eran descartables para ella, no tenía relaciones amorosas, sólo sexo. Muchas mujeres le tenían un profundo odio y otras también envidia. Podría decirse que era la causa de muchas rupturas. Su belleza atraía demasiados problemas a aquellos que estaban involucrados en una relación. La infidelidad era facilmente quebrantable, pensaba Martina.
Una noche, ella estaba esperando a sus amigas en su departamento. Se encontraba en su cuarto decidiendo que ropa elegir para ir una fiesta muy famosa en su ciudad que se hacía cada fin de año, asique tenía que ponerse algo bonito y nuevo. Inspeccionó todo su placard en busca de algún atuendo perfecto hasta que encontró un vestido color azul cobalto, corto delante y más largo detrás, hasta las rodillas. Lo combino con un cinturón y unos zapatos altísimos negros. Se vistió, luego peinó su largo cabello y se maquilló. Cuando terminó, ya faltaban pocos minutos para que sus amigas llegaran, fue al espejo enorme que estaba en el living para ver su imagen completa y pensó; “realmente me veo bien, aunque podría estar mejor”. Era una perfeccionista empedernida y a pesar de lo que pudiera aparentar, sufría momentos de autoestima inestable.
Suena el timbre y ella aprieta un botón para que las personas puedan subir, va a la entrada y abre la puerta cuando escucha risas fuertes, ahí estaban sus amigas. Martina mentalmente las clasificaba según sus características para luego sacar el mejor provecho de ellas. Karen, era la divertida del grupo, conocía a Martina hace ya unos años y de todas era con la que tenía más afinidad. Era una chica adinerada, con poco cerebro pero que sabía cómo divertirse, modelaba para una agencia famosa de ropa interior y todo el tiempo era invitada a las mejores fiestas. Luego Mercedes, la bohemia. Estudiaba arte en una universidad prestigiosa, y siempre estaba disponible para acompañar a Martina a ver galerías de arte u obras de teatro, e incluso tenía acceso a muchos lugares que el resto no podía entrar gracias a que su papá era el dueño de una de las más grandes colecciones de pinturas del país. Lucía era la estudiosa, la chica diez. Le iba bárbaro en todo lo que se proponía, estudiaba abogacía con Martina y era la mejor de su clase, sabía hablar cuatro idiomas, y dominaba a la perfección tres instrumentos; guitarra, piano y el clarinete. Y por último Pilar, la viajera. Había recorrido todo el mundo. Pilar era de esas personas a las que le podías proponer en broma ir a recorrer el Machu Picchu y a la hora ya tenía la valija hecha. Martina siempre vacacionaba con ella. Al abrir la puerta Martina se encontró con ellas y se saludaron y abrazaron. Pusieron música y prepararon cocteles de colores llamativos. Cuando ya comenzó a caer la noche y todo estaba oscuro se prepararon y llamaron a un taxi para ir al lugar de la fiesta.
El lugar era un conocido club, era muy grande y estaba decorado de forma navideña. La fiesta estaba en su momento de auge asique las chicas apenas llegaron se fueron a bailar al medio de la pista. La música era perfecta, y las luces cambiaban constantemente creando un ambiente oscuro y luminoso a la vez, con notas de colores llamativos.
Martina bailaba junto a sus amigas, en medio del tumulto de gente, pero no se sentía totalmente cómoda. Esto le solía suceder en algún momento de la noche, tenía la sensación de estar sola a pesar de la multitud que la rodeaba. Se sentía observada pero lo único que veía a su alrededor eran cabezas sin rostros, personas desconocidas y que no quería conocer. Las luces de repente la empezaban a cegar, el láser y el humo le molestaban. Se sentía extraña y confundida en el medio del ruido. Estaba lejos de casa, y quería volver, pero por otra parte quería quedarse, y sabía que la única forma de solucionar el pasaje que estaba viviendo era intentar que todo su entorno se esfume. Asique decidida se dirigió  a la barra y pidió el trago más fuerte que se le ocurrió, tomó tres rápidamente, y al poco tiempo comenzó a sentir como el alcohol hacía efecto en su cuerpo. Se sentía más relajada y todas las sensaciones anteriores quedaron en segundo plano, pensaba que bailar era la mejor idea en ese momento. De modo que fue hacía la pista, iba danzando hasta donde creía que estaban sus amigas pero no las logró encontrar, por lo tanto se giró para intentar verlas pero se quedó quieta mirando a una persona que estaba a lo lejos.
Él estaba apoyado en la barra, como despreocupado, mirándola solamente a ella. La miraba como si no hubiesen cientos de personas a su alrededor. Repentinamente se abrió entre la multitud e inició una caminata hacia ella, sin parar de mirar a Martina ni por un segundo. Cuando están a un metro de distancia él se detiene. Martina queda sorprendida por el hombre que tiene delante, era hermoso de pies a cabeza pero lo que más le deslumbraba eran sus ojos, que a pesar de las luces y la oscuridad del ambiente, notaba que eran completamente verdes, pero de un color difícil de olvidar.
Inesperadamente, la gente empieza a contar en reversa los últimos segundos del año que quedaban. 5. Ellos se siguen mirando, como inspeccionándose, conociéndose únicamente a través de una mirada, a través de sus ojos. 4. Mientras, el resto de las personas siguen bailando y gritando, sin notar la escena que ocurre frente a ellos. 3. Martina no sabe qué hacer. 2. Dentro suyo había surgido un sentimiento desconocido y salvaje que no podía controlar, por dentro su cuerpo le demandaba que se acercara y lo besara, y estaba segura que él también quería lo mismo. 1. Escuchan a todos gritar y festejar la llegada de año nuevo. Súbitamente se acercan uno al otro y comienzan a besarse violentamente como si fuera el último beso que darían en su vida. La química que tenían era rara e inevitable. Cuando sus lenguas se tocaban sentían descargas eléctricas surgir. Las manos de él se aferraban fuertes a la cintura de ella, no queriendo dejarla escapar, y ella sujetaba su cabeza demandando toda su atención.
De golpe se separan unos centímetros y se miran fijamente, ignorando las voces de la gente, la música sonando fuerte a su alrededor. Todo se evapora y quedan sólo ellos dos. Pero se alejan, satisfechos, sueltan sus manos y los dos se dirigen en direcciones contrarias. Martina sigue caminando sin saber bien por qué, pero a pesar de su estado se da vuelta para verlo por una última vez, y piensa en pedirle su nombre o al menos su número. Cuando se gira él ya no está a la vista, trata de registrarlo en diferentes lugares pero no logra divisarlo. Escucha que alguien grita su nombre, mira hacia la persona que la estaba llamando y ve a sus amigas, quienes le dicen que la estuvieron buscando por todos lados, y se abrazan todas en forma de saludo y bienvenida al nuevo año que acaba de iniciarse.

Martina les sonríe falsamente, su cabeza está a miles de kilómetros de distancia, recordando los últimos minutos, fijándolos en su mente. Pero sale de su ensimismamiento y procede a bailar de nuevo con sus amigas. Feliz por ese momento que vivió, privado y público a la vez con un extraño, que había logrado despertar algo en ella que no podía entender, que la llenó por dentro de energía. Ya había besado a extraños en otras ocasiones pero esta vez había sido diferente, había sentido algo más, algo distinto. Quería más, necesitaba más. Pero a la vez estaba triste ya que él nunca sabrá su identidad, son y serán desconocidos.