Vistas de página en total

lunes, 14 de marzo de 2016

Algún día. 14-03-16

Hoy es 14 de marzo de 2016. Hace exactos 6 meses y tres días que no te veo. Estoy sentada en mi cuarto, con todo apagado salvo las luces de colores que compraste para nuestra última navidad juntos. Sentada sobre la cama marinera de Candela, si tendremos recuerdos aquí. Estoy envuelta en la sábana verde, corrijo, en la frazada verde, ya sé que siempre me dijiste que la nombraba mal. Cada noche que duermo en esta cama sueño con volverte a ver en la puerta del cuarto diciéndome si podías ver la tele con nosotras, lo que daría por una noche más viendo algún programa sin sentido con vos, escuchándote roncar a los dos minutos, e intentando despertarte luego de unas horas porque se hacia tarde. Lo que daría por verte.
Sé que me pongo repetitiva cada vez que subo una nota al blog. Sé que no escribo nunca. Es que siempre tengo la necesidad de escribir sobre vos, o hacia vos, aunque tengo muy claro que nunca vas a leerme. Nunca.
Es horrible esta soledad que padezco desde que te fuiste, siento que hay días que el peso se aminora de a poco y no duele tanto, pero cuando no me doy cuenta me golpea de nuevo la pena y desesperanza, la desesperación y me mata.
Todos los días me levanto y empiezo a hacer cosas de manera incierta. Es decir, sin tener demasiada conciencia de porque hago lo que hago. Pero a lo largo del día todo se resume a vos. No es que quiera echarte culpa de nada, ni quiera hacerte sentir mal. Es que trabajo mucho porque vos no estás acá para ayudar. Estoy aprendiendo a manejar porque vos no estás acá para hacerlo. Empiezo de nuevo un año universitario porque sé que te lo debo. Sí, todas esas cosas de una manera u otra me benefician pero no quiere decir que no las haga por vos.
Se acerca mi cumpleaños, ya casi tengo 20. Y es el primer cumpleaños en el que vos no vas a estar, y tengo miedo de quebrarme frente a todos. Al principio no quería festejarlo porque no le encontraba mucho sentido a festejar algo si vos no estás conmigo al hacerlo. Pero después supongo que me di cuenta que no quiero estar sola. A la vez lo único que quiero hacer es tirarme en mi cama, ponerme en posición fetal y llorar hasta quedar seca. Hasta deshidratarme. No sería la primera vez.
Intento todos los días no pensar en tus últimos días, en esa semana. Pero cada vez tengo que esforzarme más y más para no hacerlo. Porque me pescan desprevenida los recuerdos y no puedo controlar la tristeza que me inunda. Me sucede muy a menudo en los colectivos, supongo que es porque no puedo distraerme con nada mientras viajo, y usualmente viajo sola, asique estoy yo y mis pensamientos nomas. Creo que son incontables las veces que he llorado en el bondi. Se me escapa y no puedo pararlo.
A veces no me doy cuenta de la pérdida que tuve, no mido la magnitud de la situación. Porque el resto tampoco lo nota creo yo. Fue muy grave lo que me pasó, lo que le pasó a él. Él se fue, él murió. Pero yo sigo viva, y tengo que vivir con su ausencia, y con los recuerdos, con las promesas que nunca van a concretar. Yo sigo viva, pero una parte en mi murió para siempre, y nada va a lograr llenar ese vació que tengo adentro. Estoy rota y no sé qué hacer porque sé que esa es una herida que nunca voy a curar. Sí, sé que eventualmente no va a doler tanto, pero nunca se va a cerrar. Son cosas que no se “superan”, no se “asimila”, no se cura, sólo tenés que vivir con ella por más duro que sea. Y creeme es terriblemente duro. Tan feo que hay veces que no sé cómo hago para seguir adelante. Como hace mamá para seguir adelante.
Sufro en silencio tu ausencia, y es que a quién se lo voy a contar, con quién puedo hablar de mi dolor, de esta vida sin sentido que llevo desde que te fuiste. Y no es que quiera ser dramática, pero repito como ya he dicho en otras ocasiones. Nada, absolutamente nada vale la pena si no estás vos. Supongo que con el tiempo las cosas volverán a sentirse mejor, no puedo decir a sentirse “normal” porque ya nada lo es, y es una palabra demasiado relativa. Lo normal para mí era estar con vos. Charlar con vos, ver carreras con vos, trabajar con vos. Vivir con vos.
He llegado a la conclusión de que no tengo más hogar. El hogar que antes suponía mío era nuestra casa, pero de nuevo está contaminada por tu ausencia, como todo. Ahora son 4 platos para la mesa, 4 vasos, 4 cubiertos, ya no más 5. Son menos lugares en la mesa, menos lugares en la cama. Menos todo. Me di cuenta que antes, dentro de toda la mierda que vivimos por dos años con tu enfermedad, si bien vivía con la incertidumbre no saber cuánto te quedaba de tiempo, vivía “tranquila” entre comillas, porque sabía que era muy probable que aunque yo me fuera a la facultad, vos ibas a estar cuando yo volviese, y si yo me iba a dormir a lo de una amiga, si volvía a casa vos ibas a estar ahí. Sabía que a donde fuera, vos estabas a una llamada de distancia. Pero ya no. Ahora sé que no tengo que preocuparme por saber si vas a estar o no. Porque sé que no vas a estar. Salgo de casa y sé que cuando vuelva todo seguirá igual, y vos vas a seguir sin volver. Caigo en la conclusión de que vos eras mi hogar.
El 11 se cumplieron 6 meses, y no todavía no puedo entender cómo es que pasó tanto tiempo, medio año. Parece como si hubieses desaparecido hace dos días y la verdad es otra. Siento como si fuese ayer cuando te cantaba en el hospital, vos dormido, muriéndote, y yo llorando y cantándote al lado de tu cama. Y sí, lo digo así de crudo porque es la realidad, y porque es así como lo recuerdo, no puedo omitir la palabra muerte y sus derivados cada vez que pienso en vos. Creo que recuerdo más esos dos días que estuve en el hospital más que nuestros días felices porque fueron tus últimos. Y porque a pesar de que eran los últimos, yo estaba feliz de al menos tenerte un tiempo más. Egoísta de mí, no me importaba que siguieras en el hospital, yo solo quería tenerte.

Si supieras cuánto sufro que no estés más, cuánto te extraño, cuánto te necesito, de verdad lo hago. Te amé infinitamente y nunca voy a dejar de hacerlo. Así como nunca voy a dejar de necesitarte y extrañarte. Lo hago tanto que duele hasta físicamente, siento como mi corazón se rompe cada vez que pienso en vos. Y trato de convencerme de que algún día no va a ser así, algún día seré feliz, alguna vez reiré sin fingirlo. Alguna vez pensaré en vos y no lloraré mares. Te recordaré con una sonrisa como te la mereces. Algún día.

lunes, 25 de enero de 2016

Momentos. 26-01-16

               Te pienso todo el tiempo, todos los días, a cada minuto. No hay momento en que no piense que estaría sucediendo si vos estuvieses acá conmigo. Qué estarías haciendo, que estarías pensando, que me estarías diciendo. Y es que te recuerdo y todo era mejor cuando vos estabas. Y todo era más feliz cuando vos estabas. Todo sonaba mejor cuando voz lo decías. Ya son tantas las cosas que no tienen sentido cuando yo las digo, porque son cosas que vos dirías, que vos me decías, y ya no significan lo mismo.
               Hay veces que me distraigo y no te pienso tanto. Siempre estás de fondo como una alarma. Mi peor alarma, suena y dice “no estoy, no vuelvo, no es lo mismo, nunca más”, se repite constantemente sin parar. Pero cuando no te pienso, estoy un poco mejor, y cuando te vuelvo a recordar me siento culpable por haberme olvidado un rato de vos. No es que alguien me estuviera culpando o acusando, va, tal vez yo lo hago. Y tal vez soy injusta conmigo misma pero es como me sale. Si tuviese que contar todas las cosas de las que me siento culpable la lista sería interminable.
               Me siento culpable por no haberte disfrutado lo suficiente. Por no haberte entendido tanto como vos lo necesitabas. Por haber prestado más atención a cosas sin sentido, materiales, en vez de pasar un rato más con vos, y es que te pido perdón, porque era una ingenua tonta que no sabía lo que tenía. Probablemente lo siga siendo, pero intento cambiarlo. Me siento culpable por no haber estado en cada momento con vos, por no estar ese estúpido día sábado, cuando me fui sabiendo que vos estabas mal. Sí, tenía mis motivos y en ese momento era necesario para mi salir, pero mirándolo con la perspectiva de ahora sé que no lo era, y que podría haberme quedado con vos. ¿Habría hecho alguna diferencia? No lo sé ni lo voy a saber nunca. Y eso me duele, tener que aceptar que hay muchas cosas que no voy a saber, y que tampoco voy a conocer.
               No voy a conocerte como abuelo, ni como anciano, ni como sabio que se acerca en paz a su final inevitable. Lamentablemente te tuve que conocer como un joven con un final de mierda, sin esperanza e infeliz. Pero la pregunta es: ¿quién muere feliz? Nadie. O tal vez alguien que supo que había vivido su vida plenamente y como quiso. Y vos no te fuiste así, porque todos sabíamos que te arrepentías de tantas cosas que hiciste y que no hiciste, cosas que para mí realmente no importaban pero para vos significaban mucho.
              También hay cosas de las que no me siento culpable, como por ejemplo haberte acompañado hasta el final, porque sé que lo estuve, fui lo más fuerte que mi corazón me permitió y estuve ahí con vos hasta que te fuiste. Sé que muchas veces te sorprendí, y me alegran algunas de mis decisiones porque sé que te hicieron bien, como por ejemplo cada vez que te levantabas a hacer algún examen muy temprano, o te ibas a hacer quimioterapia, yo me ponía la alarma y me despertaba para que antes de que te vayas yo pudiera darte un abrazo, y sé que eso significaba mucho para vos, porque lo significaba para mí. Porque cada abrazo era una reliquia que guardaba en mi corazón. Y no me olvido cuando te pedía abrazos y vos débilmente a veces me los dabas aunque nunca fuiste muy afectuoso físicamente. A veces me sorprendías mientras yo hacía algo y me dabas vos un abrazo a mí, de esos fuertes, y yo te sostenía en mis brazos y trataba de recordar tu olor, tu calor, tu respiración, a vos. Recuerdo especialmente una noche o una mañana, no estoy segura, en la que se me partió el alma verte. Fue un día de tu último mes, creo que te estabas cambiando y en un momento estabas parado en tu cuarto y me llamaste y fui y te dije “¿qué pasa pa?” y me miraste por unos segundos, y lágrimas comenzaron a salir de tus ojos tristes, y nos abrazamos. No sabía qué decirte, no sabía qué se estaba cruzando por tu mente, o tal vez sí. Pensabas lo mismo que yo quizá, que el fin de tu historia se acercaba, y no estábamos errados.
               Hay días en los que estoy bien, hay gente que me acompaña y de a ratos llena el vacío que vos dejaste, aunque eso no sea posible.
                Hay días en los que estoy triste, y tu ausencia se nota especialmente más que el resto de los días, y que cualquier cosa que me digan o me hagan provoca un llanto imparable en mí. Crece la desesperanza en mi corazón, y lo llena una desesperación enorme por no tenerte. Sí, se siente horrible.
             Y hay otros días en los que tengo tanta bronca con todos, con vos, con los dioses de este mundo, y con cada ser humano que se me cruza. Con todos por no darse cuenta de mi dolor, con aquellos que no ven la tristeza y soledad en mis ojos, y no preguntan nunca por vos, por como estoy sin vos. Con vos por no haber pensado más en mí, porque no te costaba nada cuidarte más, no te costaba nada empezar todo antes, no te costaba nada luchar más por tu vida, aunque sé que hiciste casi todo lo que pudiste por seguir para delante, y sé que a tu manera la luchaste como un héroe. Mi héroe. Me enojo con aquellos dioses que no te tuvieron en cuenta, que no te cuidaron, y deseo que ahora sí lo estén haciendo. Y por último me enojo con todos los que veo, me enojo con la vida. Veo tanta gente fumando y no entiendo cómo no se les cruza por la cabeza que esa mierda los está matando, que cada cigarrillo que consumen es un día menos de vida, un día menos con sus esposas, con sus hijas/os. Me surgen enormes ganas de gritarles “¿no te das cuenta que eso te mata? ¿Que nos mata a todos? ¿Sos tan egoísta para no pensar en los que te rodean? ¿No sabes que pagas para que te maten, pagas por tener un día menos de vida?”, pero no lo hago porque sería feo, y cruel en cierto sentido. También veo tantos padres de tu edad con una vitalidad envidiable, y me embronca, y no es de mala, justamente es por celos, celos de que otros tengan padre y yo no. No se lo deseo a nadie. Pero sí deseo que vos estuvieses acá. Desearía que vos en su momento hubieses tenido la misma salud que el resto, porque tal vez si hubieses estado así nunca te habrías enfermado, y nunca me hubieses dejado, acá sola. Pienso, pucha, por qué ellos no y vos sí, por qué ellos sí y vos no. ¿Porque es así la vida, porque en algún momento todos morimos? No me puedo conformar con esas respuestas.

         Yo sé que hiciste todo lo que pudiste, y yo también lo hice, pero sigo preguntándome: ¿podríamos haber hecho más?

viernes, 4 de septiembre de 2015

Mi niño asustado

Y por supuesto que tiene miedo. Ahora puedo ver que dentro de su caparazón, de la depresión, del dolor, del cáncer, hay un niño asustado. Un niño que no sabe qué hacer, le tiene miedo a la muerte, ¿alguien puede culparlo? Ve imágenes sueltas, se le aparecen caras conocidas. Familiares, tías, abuelas, lo retan y él no sabe por qué. Su madre, ve el rostro de su mamá y yo creo que es porque tiene miedo, y quiere estar protegido por la figura materna, la que te acompaña y consuela, pero ella se fue hace mucho tiempo. Y veo al niño dentro suyo, e imagino que solo quiere agarrar las piernas de su madre, esconderse detrás de ellas y no afrontar la realidad.
Porque la realidad es dura, es cruel, e irreversible. No se le puede escapar, no hay camino al que ir, no hay solución, no hay rumbo. Hay pelea, hay lucha, hay tristeza, y hay dolor. Hay ausencia y llanto, hay despedidas y corazones rotos. Hay desordenes y desastres. Hay quejas y molestias, enojos y decepciones. Hay rechazo y desconcierto. Hay sueños rotos.
Y él lo sabe, lo sabe todo. Lo niega y acepta a la vez. Llora mi niño asustado, llora todos los días y yo lloro también con él. No hay consuelo. No hay palabras que lo salven. No hay resto. No hay esperanza. O él no tiene al menos. ¿Quién puede culparlo? A veces yo lo culpo, y a veces lo entiendo como si le leyera la mente, aunque no esté del todo de acuerdo. Nunca estoy de acuerdo. Siempre se puede hacer más, siempre hay solución aunque sea temporaria, siempre hay algo que se puede hacer, siempre se puede vivir mejor. O intentarlo al menos.

Pero cuando miro en sus ojos sé que no tiene fuerzas para intentarlo, y sé que detrás de lo que dice ya está rendido. Si pudiera le regalaría mis fuerzas, mis ganas, mi vida. Dice que le queda poco, pero no lo sabe realmente. Repite una y otra vez, “no me quiero morir, no me quiero morir, no me dejes morir, te quiero ¿lo sabés?”. Y yo no puedo hacer más que observarlo, a mi niño asustado, a mi padre asustado. Tratar de consolarlo, apoyarlo y quererlo. Y esperar que saque de algún lado las fuerzas para vivir, para vivir por mí al menos.

domingo, 2 de agosto de 2015

Desconocidos

Ella se llamaba Martina, tenía 23 años, estudiaba abogacía. Le iba bien en lo que estudiaba, era una estudiante promedio. Todos los fines de semana salía a algún pub o discoteca, cualquier lugar que tuviera música alta, donde podría desinhibirse por algunas horas. No importaba el ambiente, ni la gente, ni la música, ella usaba cada cosa para su propio beneficio. Le gustaba que la música, cualquiera que fuese, estuviese a su mayor volumen, cosa de que no pudiera escuchar sus propios pensamientos, ni tampoco escuchar nada de lo que el resto le decía.
Cada noche usaba un atuendo diferente. Algún vestido vaporoso de colores diversos que la hiciera ver más delgada a pesar de que ella ya lo era. Unos zapatos altos, que aumentaran su altura de metro sesenta y le estilizaran sus piernas, halagadas por muchos. La mayoría de las veces se peinaba simple, dejaba suelto su largo cabello rubio oscuro. Usaba poco maquillaje, un fino delineado para contornear sus ojos claros, rímel para sus largas pestañas, y el último toque que a veces aplicaba; un rojo escarlata para sus delicados labios.
A cada lugar al que iba era deseada por hombres y mujeres. Cada vez que miraba a alguien le rompía las pobres ilusiones o esperanzas que tuviesen de que ella les prestara algo de atención. Martina no necesitaba esa atención, pero le gustaba sentirse poderosa y conocer el efecto que causaba en el resto de la gente, aunque realmente no le importaba ninguna de esas personas.
No le importaba nada ni nadie, estaba acostumbrada a eso. Usaba a la gente de su entorno como más le convenía sin gastar un segundo pensando en las consecuencias para el resto, el objetivo siempre era su propia satisfacción. Lo hizo toda su vida, a sus padres los controlaba en cualquier sentido. Venía de una familia adinerada que nunca había tenido problemas económicos y que siempre complacía cada capricho que su hija única reclamaba, así continuó siendo incluso cuando se fue de su casa. Sus padres le compraron un gran departamento amueblado en una buena ubicación de la ciudad en la que estudiaba. Tenía un fideicomiso ilimitado, el cual usaba a su antojo siempre que quería. En la secundaria se aprovechaba de los más débiles, de esas chicas necesitadas y marginadas. Se volvía amiga de ellas para conseguir tarea, o un tiempo con algún chico de turno. Ya de grande, en la universidad tenía amistades con varias jóvenes, quienes salían con ella los fines de semana, la mayoría de ellas también eran ricas. Ellas pensaban que eran iguales a Martina pero a simple vista se podía apreciar la diferencia, una elegancia y belleza la hacía distinguirse del resto. A pesar de que al principio eran muchas las personas que había cultivado en su círculo de amistades, Martina tuvo que controlar ciertas actitudes, las cuales provocaban el enojo y la enemistad en algunas. No le molestaba quedarse sola, eso no le importaba, pero las necesitaba para su propio beneficio.  Y en cuanto a los hombres, bueno eran descartables para ella, no tenía relaciones amorosas, sólo sexo. Muchas mujeres le tenían un profundo odio y otras también envidia. Podría decirse que era la causa de muchas rupturas. Su belleza atraía demasiados problemas a aquellos que estaban involucrados en una relación. La infidelidad era facilmente quebrantable, pensaba Martina.
Una noche, ella estaba esperando a sus amigas en su departamento. Se encontraba en su cuarto decidiendo que ropa elegir para ir una fiesta muy famosa en su ciudad que se hacía cada fin de año, asique tenía que ponerse algo bonito y nuevo. Inspeccionó todo su placard en busca de algún atuendo perfecto hasta que encontró un vestido color azul cobalto, corto delante y más largo detrás, hasta las rodillas. Lo combino con un cinturón y unos zapatos altísimos negros. Se vistió, luego peinó su largo cabello y se maquilló. Cuando terminó, ya faltaban pocos minutos para que sus amigas llegaran, fue al espejo enorme que estaba en el living para ver su imagen completa y pensó; “realmente me veo bien, aunque podría estar mejor”. Era una perfeccionista empedernida y a pesar de lo que pudiera aparentar, sufría momentos de autoestima inestable.
Suena el timbre y ella aprieta un botón para que las personas puedan subir, va a la entrada y abre la puerta cuando escucha risas fuertes, ahí estaban sus amigas. Martina mentalmente las clasificaba según sus características para luego sacar el mejor provecho de ellas. Karen, era la divertida del grupo, conocía a Martina hace ya unos años y de todas era con la que tenía más afinidad. Era una chica adinerada, con poco cerebro pero que sabía cómo divertirse, modelaba para una agencia famosa de ropa interior y todo el tiempo era invitada a las mejores fiestas. Luego Mercedes, la bohemia. Estudiaba arte en una universidad prestigiosa, y siempre estaba disponible para acompañar a Martina a ver galerías de arte u obras de teatro, e incluso tenía acceso a muchos lugares que el resto no podía entrar gracias a que su papá era el dueño de una de las más grandes colecciones de pinturas del país. Lucía era la estudiosa, la chica diez. Le iba bárbaro en todo lo que se proponía, estudiaba abogacía con Martina y era la mejor de su clase, sabía hablar cuatro idiomas, y dominaba a la perfección tres instrumentos; guitarra, piano y el clarinete. Y por último Pilar, la viajera. Había recorrido todo el mundo. Pilar era de esas personas a las que le podías proponer en broma ir a recorrer el Machu Picchu y a la hora ya tenía la valija hecha. Martina siempre vacacionaba con ella. Al abrir la puerta Martina se encontró con ellas y se saludaron y abrazaron. Pusieron música y prepararon cocteles de colores llamativos. Cuando ya comenzó a caer la noche y todo estaba oscuro se prepararon y llamaron a un taxi para ir al lugar de la fiesta.
El lugar era un conocido club, era muy grande y estaba decorado de forma navideña. La fiesta estaba en su momento de auge asique las chicas apenas llegaron se fueron a bailar al medio de la pista. La música era perfecta, y las luces cambiaban constantemente creando un ambiente oscuro y luminoso a la vez, con notas de colores llamativos.
Martina bailaba junto a sus amigas, en medio del tumulto de gente, pero no se sentía totalmente cómoda. Esto le solía suceder en algún momento de la noche, tenía la sensación de estar sola a pesar de la multitud que la rodeaba. Se sentía observada pero lo único que veía a su alrededor eran cabezas sin rostros, personas desconocidas y que no quería conocer. Las luces de repente la empezaban a cegar, el láser y el humo le molestaban. Se sentía extraña y confundida en el medio del ruido. Estaba lejos de casa, y quería volver, pero por otra parte quería quedarse, y sabía que la única forma de solucionar el pasaje que estaba viviendo era intentar que todo su entorno se esfume. Asique decidida se dirigió  a la barra y pidió el trago más fuerte que se le ocurrió, tomó tres rápidamente, y al poco tiempo comenzó a sentir como el alcohol hacía efecto en su cuerpo. Se sentía más relajada y todas las sensaciones anteriores quedaron en segundo plano, pensaba que bailar era la mejor idea en ese momento. De modo que fue hacía la pista, iba danzando hasta donde creía que estaban sus amigas pero no las logró encontrar, por lo tanto se giró para intentar verlas pero se quedó quieta mirando a una persona que estaba a lo lejos.
Él estaba apoyado en la barra, como despreocupado, mirándola solamente a ella. La miraba como si no hubiesen cientos de personas a su alrededor. Repentinamente se abrió entre la multitud e inició una caminata hacia ella, sin parar de mirar a Martina ni por un segundo. Cuando están a un metro de distancia él se detiene. Martina queda sorprendida por el hombre que tiene delante, era hermoso de pies a cabeza pero lo que más le deslumbraba eran sus ojos, que a pesar de las luces y la oscuridad del ambiente, notaba que eran completamente verdes, pero de un color difícil de olvidar.
Inesperadamente, la gente empieza a contar en reversa los últimos segundos del año que quedaban. 5. Ellos se siguen mirando, como inspeccionándose, conociéndose únicamente a través de una mirada, a través de sus ojos. 4. Mientras, el resto de las personas siguen bailando y gritando, sin notar la escena que ocurre frente a ellos. 3. Martina no sabe qué hacer. 2. Dentro suyo había surgido un sentimiento desconocido y salvaje que no podía controlar, por dentro su cuerpo le demandaba que se acercara y lo besara, y estaba segura que él también quería lo mismo. 1. Escuchan a todos gritar y festejar la llegada de año nuevo. Súbitamente se acercan uno al otro y comienzan a besarse violentamente como si fuera el último beso que darían en su vida. La química que tenían era rara e inevitable. Cuando sus lenguas se tocaban sentían descargas eléctricas surgir. Las manos de él se aferraban fuertes a la cintura de ella, no queriendo dejarla escapar, y ella sujetaba su cabeza demandando toda su atención.
De golpe se separan unos centímetros y se miran fijamente, ignorando las voces de la gente, la música sonando fuerte a su alrededor. Todo se evapora y quedan sólo ellos dos. Pero se alejan, satisfechos, sueltan sus manos y los dos se dirigen en direcciones contrarias. Martina sigue caminando sin saber bien por qué, pero a pesar de su estado se da vuelta para verlo por una última vez, y piensa en pedirle su nombre o al menos su número. Cuando se gira él ya no está a la vista, trata de registrarlo en diferentes lugares pero no logra divisarlo. Escucha que alguien grita su nombre, mira hacia la persona que la estaba llamando y ve a sus amigas, quienes le dicen que la estuvieron buscando por todos lados, y se abrazan todas en forma de saludo y bienvenida al nuevo año que acaba de iniciarse.

Martina les sonríe falsamente, su cabeza está a miles de kilómetros de distancia, recordando los últimos minutos, fijándolos en su mente. Pero sale de su ensimismamiento y procede a bailar de nuevo con sus amigas. Feliz por ese momento que vivió, privado y público a la vez con un extraño, que había logrado despertar algo en ella que no podía entender, que la llenó por dentro de energía. Ya había besado a extraños en otras ocasiones pero esta vez había sido diferente, había sentido algo más, algo distinto. Quería más, necesitaba más. Pero a la vez estaba triste ya que él nunca sabrá su identidad, son y serán desconocidos.

lunes, 8 de junio de 2015

Repitiendo el mismo error

Despertarte y ver una pared blanca. De repente se te avecinan muchos recuerdos de anoche, hasta que te das cuenta que son retazos de un sueño. El sueño se componía de dos personas las mismas que siempre protagonizan los sueños que escribo.
Soñé que me encontraba en un lugar desconocido para mi conciencia pero que por alguna extraña razón dentro de mi inconsciente yo conocía, y en el que tenía que realizar actividades o trabajo que no logro recordar. Sé que me cruzaba con mucha gente conocida, y que ésta, me trataba de manera diferente a lo usual, lo que me provocaba curiosidad y extrañes. Sentía ojos fijados en mí a cada lugar al que iba. Recuerdo que era de noche, pensaba que no lograba terminar de hacer las cosas que se supone tenía que hacer. Luego aparezco en un pasillo yendo a una habitación a oscuras, entro y cierro la puerta. Hay un mueble contra la pared que llegaba hasta el techo, como una especie de estantería pero que tenía pocas cosas, la mayoría de los estantes estaban vacíos. También había una cama, muy muy alta en la que una persona dormía, y yo sabía quién era. Dejo mis cosas en una silla y comienzo a desvestirme para ir a dormir con él. Cuando me subo a la cama lo hago despacio y silenciosamente pero él se despierta de todas formas.
Cuando él se despierta, me mira somnoliento y me dice “no llegabas más” y yo le sonrío y respondo “es que era mucho trabajo”. Me recuesto a su lado en la cama, él apoya su mano en mi cintura y nos ponemos a hablar de la vida por un rato. Estábamos muy cerca uno del otro, y mis pensamientos eran felices pero toda la situación me parecía rara e irreal, inconscientemente sabía la verdad. En un momento nuestros rostros se encontraban a pocos centímetros de distancia, y nos besamos, acto seguido él dice “te extrañé un montón”, y me abraza fuertemente como si hubiesen pasado siglos desde la última vez que nos vimos, y es que tal vez ese tiempo sí pasó. Mi yo interno no puede saltar más de alegría porque es imaginario, pero realmente me sentía satisfecha en sus brazos, aunque sintiera que en cualquier momento él se iba a desvanecer y desaparecer de mi vida. También pensaba que tal vez de verdad había cambiado y se había dado cuenta de que podría llegar a quererme y aceptar ese hecho.
Asi que disfruté esos segundos o minutos junto a él, porque sabía que iban a ser escasos, y cuando menos lo pensé, me encontraba despierta mirando una pared blanca. Sola y desorientada en una cama deshecha. No me extrañaba, no era la primera vez que sucedía y tampoco sería la última. En el sueño y también despierta yo sabía que todo era una ilusión, pero si mi inconsciente por algún motivo había montado una escena así debía ser por una razón, no era justo desperdiciar algo tan bonito. Pero sé, que como todo en relación a nosotros dos eso no era real y fue sólo un sueño, él no me quiere de esa manera ni de ninguna otra.

Ahora, por las noches “sueño tu abrazo, busco recuerdos a los que aferrarme para no conciliar el sueño”, y así verte de nuevo. Porque tal vez, sólo sos vos y sólo soy yo en mis sueños. Sólo somos nosotros en mi sueño. Y para ser franca es mi parte favorita del día, aunque en la oscuridad lo único que haga sea abrir la misma herida repitiendo el mismo error. Una y otra vez.

miércoles, 15 de abril de 2015

Ex

Me afecta demasiado para mi gusto, me lo cruzo y ya se me vienen todos los recuerdos juntos.  Las veces que estuvimos juntos, que me miraba, que compartíamos cosas. Aunque sea poquito yo lo recuerdo porque en ese momento hizo surgir cosas en mí que nada en ese tiempo podía, y no fue que me conformé con cualquiera, el chico era lindo y atento, y lo más importante era que a mí me gustaba y yo le gustaba a él. Y si, terminó. Va, él lo terminó de manera fea.
Pero por entiendo y a la vez no, que solo fui un pase, una etapa, un momento. Fue poco más de un mes y todavía no lo pude superar.  ¿Todavía me sigue molestando verlo y escucharlo? Sí.
Todo el mundo me cuestiona, reclaman un por qué, un cómo. Yo que sé. En ese momento me gustaba. Me parecía alguien decente. Y lo es. Cada vez que lo cuento no lo pueden creer. Me miran preguntándome ¿cómo pudiste? Si es horrible y un tarado. No lo era para mí en esa época. A mí me gustaba como era, su forma de desenvolverse y su personalidad. Si, también había otras cosas que me molestaban pero era obvio que no era el pibe perfecto, yo tampoco lo soy.
Pero no me va esa cosa de criticar ferozmente a alguien con quien estuviste alguna vez. En algún punto lo quisiste y no lo podes negar, y me molesta la manera en que la gente se olvida de ese detalle cuando habla de un ex, se olvidan que alguna vez lo quisieron. Y después ir andando diciendo cosas feas del otro me parece incorrecto. ¿Eso me hace boluda o inocente? Puede ser pero no me importa.  Sí, me lastimo y en ese momento me dolió mucho aunque no éramos nada y me siguió molestando por muchos meses su actitud de “acá no pasó nada” y actualmente me molesta. Pero no quiere decir que vaya a odiarlo de por vida o a hablar pestes de él, como hace toda la gente normal.

O sea lo odio por la forma en que trató nuestra relación, por cortar y no explicar nada, y es por eso es que me molesta verlo, porque cada vez que lo miro no puedo dejar de pensar ¿por qué? Si todo iba bien hasta ese momento por qué cortar. Pero a la vez no lo odio a él, tendrá sus motivos, ajenos a mí al parecer, pero es como es y lo acepto, no voy a ser como esas resentidas que le cuentan a medio mundo como el boludo del ex las cagó, porque no soy así. Prefiero decir que salí con un tonto que no sabía lo que quería, nada más.  Y aparte, no va a ser el primero que me encuentre.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Mentira, te quiero.

              Lo odio. Odio su personalidad extravagante. Odio su manera de hablar, como si todo lo que dijese fuese gracioso. Y ese tonito que usa para seducirte. Odio su forma de caminar, como si se las supiera todas y se comiera el mundo, con la frente en alto, y un cartel invisible en el pecho que dice soy un ganador. Odio que que le vaya bien en lo que se propone. Odio su barba pinchuda. Odio sus malditos ojos verdes. Odio su forma de ser, como si no le importara nada ni nadie, como si no tuviera ataduras a nada y a nadie. Y es que en verdad no las tiene. Odio que sea siempre despreocupado por todo, su tranquilidad me irrita. 
              Lo odio hasta cuando se ríe. Odio su manera de escribir, me matan sus faltas de ortografía. Odio lo que hace y dice, y cómo lo hace y dice. Odio que conozca a medio mundo, y se lleve bien con todos ellos. Odio su desprendimiento hacia la gente y su falta de compromiso. Odio que me hable como si todo estuviera genial, como si nada nunca haya pasado y yo fuese cualquiera. Y es que probablemente lo soy. Odio odiarlo. Odio su manera de mirarme, de intimidarme, de hablarme. Te odio porque puedo y porque me hacés odiarte. Mentira no te odio, te quiero. 

17-09-2014