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viernes, 4 de septiembre de 2015

Mi niño asustado

Y por supuesto que tiene miedo. Ahora puedo ver que dentro de su caparazón, de la depresión, del dolor, del cáncer, hay un niño asustado. Un niño que no sabe qué hacer, le tiene miedo a la muerte, ¿alguien puede culparlo? Ve imágenes sueltas, se le aparecen caras conocidas. Familiares, tías, abuelas, lo retan y él no sabe por qué. Su madre, ve el rostro de su mamá y yo creo que es porque tiene miedo, y quiere estar protegido por la figura materna, la que te acompaña y consuela, pero ella se fue hace mucho tiempo. Y veo al niño dentro suyo, e imagino que solo quiere agarrar las piernas de su madre, esconderse detrás de ellas y no afrontar la realidad.
Porque la realidad es dura, es cruel, e irreversible. No se le puede escapar, no hay camino al que ir, no hay solución, no hay rumbo. Hay pelea, hay lucha, hay tristeza, y hay dolor. Hay ausencia y llanto, hay despedidas y corazones rotos. Hay desordenes y desastres. Hay quejas y molestias, enojos y decepciones. Hay rechazo y desconcierto. Hay sueños rotos.
Y él lo sabe, lo sabe todo. Lo niega y acepta a la vez. Llora mi niño asustado, llora todos los días y yo lloro también con él. No hay consuelo. No hay palabras que lo salven. No hay resto. No hay esperanza. O él no tiene al menos. ¿Quién puede culparlo? A veces yo lo culpo, y a veces lo entiendo como si le leyera la mente, aunque no esté del todo de acuerdo. Nunca estoy de acuerdo. Siempre se puede hacer más, siempre hay solución aunque sea temporaria, siempre hay algo que se puede hacer, siempre se puede vivir mejor. O intentarlo al menos.

Pero cuando miro en sus ojos sé que no tiene fuerzas para intentarlo, y sé que detrás de lo que dice ya está rendido. Si pudiera le regalaría mis fuerzas, mis ganas, mi vida. Dice que le queda poco, pero no lo sabe realmente. Repite una y otra vez, “no me quiero morir, no me quiero morir, no me dejes morir, te quiero ¿lo sabés?”. Y yo no puedo hacer más que observarlo, a mi niño asustado, a mi padre asustado. Tratar de consolarlo, apoyarlo y quererlo. Y esperar que saque de algún lado las fuerzas para vivir, para vivir por mí al menos.