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viernes, 19 de octubre de 2012

Pienso, luego existo.

           Leo, antes bastante seguido. Ahora de vez en cuando. Pienso, analizo, te veo y me arrepiento. Leo historias de amor y te pienso, te imagino. Trato de buscarte un lugar en las historias, en mis historias. Me entusiasmo e instantáneamente me deprimo. Hay días mejores que  otros. Veo películas y nos imagino en las escenas, en la trama, y en el final. Peo casi todos los finales son felices y el nuestro no lo fue. Sí, lo acepto tuvimos varias por no decir muchas malas. Lamentablemente me acuerdo de todo.
          Algunas cosas o situaciones creo que me las imagino, pero luego me acuerdo de que sí, pasó. Y al otro día nos vemos, te miro y observo. Y me pongo a pensar, qué sentís, que querés, qué pensás, me recordás? No lo sé y creo que nunca lo haré hasta que dejes de ser un cobarde. No te entiendo, trato pero no lo logro. Decís cosas confusas. Me decís que somos iguales, aunque yo ya había notado que coincidíamos en cosas, pero nunca, en la vida quisiera ser igual a vos. No lo fui, no lo soy, y no voy a ser como vos.
       Te veo, y te siento perdido. Sos a veces muy predecible, y otras muy indescifrable. Me decís que me querés, yo no te respondo, ya que no es de la manera que yo quisiera. Sí, obviamente te quiero, pero no te lo voy a decir nunca. Llamame orgullosa si querés, pero la verdad es que me cuesta decirlo, me siento tonta y vulnerable, frágil. No quiero que me veas así, siendo que sentimos cosas diferentes. Y además creo que me rechazarías y no quisiera volver a verme expuesta como una vez lo estuve.
Asique es así, aunque no diga las cosas, las siento. Ya me conocés, soy cerrada. Y sí, voy a poner mi mejor sonrisa, o la que pueda, aunque me sienta pésimo. Quizá no sea la mejor forma de llevar las cosas, pero es la mejor forma que yo puedo llevarlas.
      Y bueno, quizá algún día te darás cuenta, mires a tu alrededor y veas que siempre hubo alguien al lado tuyo, desde el comienzo, y quizás, solo quizás, te des cuenta de que ese alguien soy yo.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Caminos encontrados

      Él era un chico normal, común y corriente. Se llamaba Ezra. Tenía unos 17 años, era delgado y bajito, su rostro era agraciado, tenía facciones que enamoraban a varias. Era de temperamento calmo, inteligente, callado. A veces demasiado. Te podía hacer reír cuando quería, pero tenía como defecto ser una persona indiferente, desinteresada por los demás, lo que provocaba que muchas veces hiriera a las personas de su alrededor. Tenía a veces un mal genio que le hacía decir y hacer estupideces. Era orgulloso, lo que le jugaba en contra. Era fácil hablar con él, le gustaba mucho la música y las películas, pero sobretodo la lectura. Leía mucho, admiraba a los autores y sus historias. A veces era confuso con sus acciones, nunca estaba decidido con lo que quería. En lo amoroso, bueno no era un buen tema para él. Había tenido un par de novias, no las había llegado a querer realmente. Sí, la pasaba bien y las quería, pero nomas como amigos. Respecto al colegio, era un alumno promedio, ni se destacaba ni reprobaba, solo zafaba.
     Sus compañeros lo querían, pero lo conocían bien y sabían que era capaz de hacer boludeces, cuando quería podía ser cruel, traicionarte, mentirte, sin siquiera arrepentirse de nada. Pero también era un amigo con el que la podías pasar bien.
     Tenía una extraña relación con una chica de su colegio, Eugenia. Se podría decir que eran amigos, pero ninguno de ellos sabía si de verdad lo eran. Tenían una historia complicada. Se peleaban por mil cosas diferentes, diferían en opiniones, se insultaban todo el tiempo, pero al final del día se querían, y la pasaban bien juntos. Él la había lastimado algunas veces con lo que decía o hacía, y ella, estúpidamente lo terminaba perdonando siempre. Hubo un tiempo en que no se hablaban por meses, otros, se hablaban todos lo días. Tenían una personalidad parecida pero ella era más buena y sensible que él. Compartían gustos en música, pelis y libros. Pero como todos saben, que a una persona le gustan las mismas cosas raras que a vos, no lo convierte en tu alma gemela.
    En el año 2009 fue cuando algo cambio. Era julio, él tenía novia nueva. Seguía hablando con Eugenia, pero ahora de una manera diferente. Coqueteaban, se contaban cosas. Se mandaban cartas continuamente, porque en esa época ellos se manejaban así, todo lo hablaban por cartas. Cada uno tenía siempre las ganas de que llegaran cartas nuevas, y la incertidumbre de saber qué decían. Vivían en la misma ciudad, y de vez en cuando se encontraban, pero siempre con otros amigos, y no con muchas frecuencia. Ella se cambió de colegio, cosa que los distanció un poco.
    Un día las cartas empezaron a cesar. Él no respondía con el mismo entuasiasmo que antes, y ella no sabía bien por qué. Se sabía que Ezra tenía varios problemas con su novia. Se rumoreaba que ella era  insoportable y que él sólo estaba con ella por lástima, la conocía hace mucho y la quería, pero igual a cualquiera de sus otras ex novias. Él estaba un poco harto de ella pero no la quería dejar porque no quería estar solo. Uno de los problemas que tenían, era la cantidad de cartas que últimamente se estaban enviando Eugenia y Ezra, cosa que a la novia de este mucha gracia no le hacía.
    Ya a comienzos de agosto de ese mismo año, ni se hablaban, apenas se escribían, y las pocas cartas que recibían el uno del otro, eran tontas y monótonas, no tenían la misma magia que antes tenían. Eugenia pensaba que Ezra había perdido el interés en ella, cosa que le dolía, ya que lo quería a pesar de todo. Él, siguió con su vida, como si nunca la hubiera conocido, la ignoró, no quería en parte, pero tampoco le importaba demasiado.
    Y así siguieron los meses, no se hablaban, ni se miraban cuando se encontraban. Pasó un verano entero, y no hubo ninguna comunicación entre ambos. Hasta que un día se encontraron casualmente en la calle. Eugenia había salido del colegio y se dirigía hacia su parada de colectivo. Ezra estaba caminando hacia ningún lugar en particular, ya que todos los viernes al salir del colegio, se iba a caminar junto con su MP3 y andaba así, paseando y pensando hasta que se aburría y volvía a su casa. Y ese día era viernes.
   Al encontrarse, los dos estaban sorprendidos, hacia meses que no se veían, y ahora ni se reconocían. Parecían dos extraños hablándose por primera vez. Ella estaba enojada porque él había cortado toda la relación que tenían sin una explicación, pero sabía que en cuanto lo viese, inmediatamente lo iba a perdonar,. Ella era débil en ese sentido, lo sabía pero no podía hacer nada al respecto.
- Hola. - Dijo sorprendido Ezra.
- Hola - Respondió ella.
    Los dos estaban muy incómodos, no sabían qué decirse ni qué hacer. Entonces, Eugenia empezó a hablar y a hacerle preguntas, para eliminar ese silencio molesto que los invadía.
- ¿Cómo andás? ¿Qué es de tu vida? Hace tanto que no nos vemos. No sé nada de vos hace un montonazo. Lo último que supe fue hace como tres meses, me dijeron que te separaste de tu novia. Lo siento- Dijo Eugenia con un falso lamento.
- Sí, bueno no estábamos muy bien y la cosa no dio para más y decidí ponerle fin. A ella no le gustó mucho, pero yo creo que era lo mejor para los dos. Pero, contame vos, ¿cómo te está yendo en el colegio?
- Bien, aprobé todas las materia y en mayo comienzo un taller para prepararme para la facultad.
- Oh, eso es genial. - Dijo Ezra, con gran interés.
   Volvió un silencio incómodo. Se quedaron unos minutos en silencio, cada uno caído en profundos pensamientos. Hasta que él interrumpió a Eugenia en sus meditaciones:
- Tenés razón, pasó mucho tiempo desde que nos vimos por última vez. ¿Qué estabas haciendo por acá? - Preguntó, tratando de ocultar su nerviosismo.
- Nada en particular acabo de salir de la escuela y me dirigía a mi casa. ¿Vos?
- Hacía mis caminatas semanales.
- Jaja y, ¿cómo es eso? -  Preguntó con curiosidad Eugenia.
- Claro, todos los vienes salgo a caminar después del colegio, hasta que me canso y vuelvo a casa. - Explicó sonriendo Ezra. - Che, si no tenés que hacer nada ahora, ¿me querés acompañar? - La invitó esperanzado, deseaba mucho que ella pudiese. Con lo poco que habían hablado, recordó cómo era ella, y cómo hablaban fluidamente siempre y quería saber más de ella, ya que no sabían nada actual uno del otro.
- Perdón, pero hoy no puedo, tengo que estudiar todo el fin de semana y hoy también, porque la semana que viene tengo pruebas y si no estudio me matan. - Dijo Eugenia, un poco apenada por haberle dicho que no, pero de verdad no podía. Pero al ver la cara de decepción que puso su viejo amigo, se le ocurrió algo. - Hey, el viernes que viene estoy libre, si querés nos podemos juntar y charlamos mejor, ¿te parece?
- Buenísimo me parece, dale. ¿Te queda bien encontrarnos en la plaza que está cerca de la biblioteca municipal?
- ¿Cuál? ¿Esa que tiene un gran parque para chiquitos? ¿La plaza Aquisto?
- Sí, esa. ¿A las 3 podés? - Eugenia asintió. - Bueno, entonces nos vemos en un semana. ¡Chau! - Se despidió Ezra sonriendo, alegre de haberla visto de nuevo después de tanto tiempo.
      Eugenia le devolvió el saludo y se dirigió hacia su parada, por una parte apenada por no poder seguir hablando y por otra, entusiasmada porque se vieran otra vez.

jueves, 11 de octubre de 2012

Adiós

       "Desearía no tener que respirar. No tener que ver, oler, sentir, pensar. Desearía no tener sentidos, para ahorrarme todo esto que es la vida. Quisiera no tener sentimientos ni emociones, una razón sería para no tener que sufrir, otra, para poder tomar decisiones rápidas y concretas. Me gustaría no tener pies, me duelen y no quiero seguir lastimandolos con mis caídas, que ya son varias. Tampoco quiero tener piernas, están cansadas de tanto caminar por la vida, y están hartas de llevar el peso de un cuerpo que anda sin rumbo. Quisiera no tener ni cintura, cadera, ni panza, para poder tranquilamente mirarme, y decir no tengo nada. No quiero tener corazón, quiero ser fría e insensible, así no tendría tantos problemas.
     Desearía no tener manos ni dedos, para no tener que tocar superficies feas, ni levantar cosas imposibles. De esa manera no tendría que trabajar, ni escribir nada. Podría dejar de ver que la piel de mis manos está gastada por los años, está seca por este crudo invierno. Si no tuviera brazos bueno no sé, pero mejor no los quiero, no necesito que sostengan mis manos y que estás agarren cosas equivocadas, lo peor sería que agarrasen otras manos iguales a ellas.
      Quisiera no tener espalda, así no tendría que soportar y sujetar ese ladrillo gigante que te pone la vida encima para que sigas caminando a pesar de todo. Dicen que con los años el ladrillo se vuelve más ligero, pero, yo les puedo decir que tengo unos cuantos años y sigue igual de pesado. Desearía no tener cuello, así no sostiene esta enorme cabeza vacía.
      Me encantaría no tener boca, para no decir cosas estúpidas o innecesarias, para no trabarme al hablar, o simplemente para no hablar. Estaría bueno no tener nariz, de esa forma no oleríamos ningún aroma que nos recuerde a nada. No saben lo grandioso que sería no tener ojos, otra cosa por la cual nos ahorraríamos tantos problemas. no veríamos cosas que no queremos, tampoco podríamos ver a personas que no queremos. Me gustaría no tener oídos., para no escuchar las incoherencias de los tontos que me rodean. Para no escuchar tampoco, las cosas que yo misma digo.
    Pero lo que me haría de verdad feliz, sería no tener cerebro. Me salvaría. No tendría que pensar en nada, ni imaginar, ni sentir, ni recordar. Me dejaría dormir por las noches, no me preocuparía nunca por nada. Oh, ahí si sería completamente feliz. Pero, como sé que no se puede borrar todo este listado de cosas de mi vida. Voy a tomar el único camino que veo posible. Voy a desaparecer, volar, ser libre, así no tendré que preocuparme por nada.
                                                                                    Adiós."

       Y eso fue lo último que supieron sus padres, de su hija mayor, Erika. Una mujer sin hijos ni esposo, que vivía en un pequeño dupléx cerca del mar. Más presisamente cerca de los acantilados, en Mar del Plata. Hasta que un mal día dejó una carta en la puerta de la casa de sus padres, y nunca más la vieron. Pasó el tiempo, y las investigaciones seguían sin dar con ninguna pista o rastro de ella. Todo terminó cuando un hombre de prefectura los visitó, y les dio la noticia de que habían encontrado a su hija. Estaba entre las piedras con las que choca el mar, en los acantilado. Al parecer, se había suicidado. Hizo lo que había predicho, desapareció, voló, y se fue feliz, como quería ser.