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jueves, 11 de octubre de 2012

Adiós

       "Desearía no tener que respirar. No tener que ver, oler, sentir, pensar. Desearía no tener sentidos, para ahorrarme todo esto que es la vida. Quisiera no tener sentimientos ni emociones, una razón sería para no tener que sufrir, otra, para poder tomar decisiones rápidas y concretas. Me gustaría no tener pies, me duelen y no quiero seguir lastimandolos con mis caídas, que ya son varias. Tampoco quiero tener piernas, están cansadas de tanto caminar por la vida, y están hartas de llevar el peso de un cuerpo que anda sin rumbo. Quisiera no tener ni cintura, cadera, ni panza, para poder tranquilamente mirarme, y decir no tengo nada. No quiero tener corazón, quiero ser fría e insensible, así no tendría tantos problemas.
     Desearía no tener manos ni dedos, para no tener que tocar superficies feas, ni levantar cosas imposibles. De esa manera no tendría que trabajar, ni escribir nada. Podría dejar de ver que la piel de mis manos está gastada por los años, está seca por este crudo invierno. Si no tuviera brazos bueno no sé, pero mejor no los quiero, no necesito que sostengan mis manos y que estás agarren cosas equivocadas, lo peor sería que agarrasen otras manos iguales a ellas.
      Quisiera no tener espalda, así no tendría que soportar y sujetar ese ladrillo gigante que te pone la vida encima para que sigas caminando a pesar de todo. Dicen que con los años el ladrillo se vuelve más ligero, pero, yo les puedo decir que tengo unos cuantos años y sigue igual de pesado. Desearía no tener cuello, así no sostiene esta enorme cabeza vacía.
      Me encantaría no tener boca, para no decir cosas estúpidas o innecesarias, para no trabarme al hablar, o simplemente para no hablar. Estaría bueno no tener nariz, de esa forma no oleríamos ningún aroma que nos recuerde a nada. No saben lo grandioso que sería no tener ojos, otra cosa por la cual nos ahorraríamos tantos problemas. no veríamos cosas que no queremos, tampoco podríamos ver a personas que no queremos. Me gustaría no tener oídos., para no escuchar las incoherencias de los tontos que me rodean. Para no escuchar tampoco, las cosas que yo misma digo.
    Pero lo que me haría de verdad feliz, sería no tener cerebro. Me salvaría. No tendría que pensar en nada, ni imaginar, ni sentir, ni recordar. Me dejaría dormir por las noches, no me preocuparía nunca por nada. Oh, ahí si sería completamente feliz. Pero, como sé que no se puede borrar todo este listado de cosas de mi vida. Voy a tomar el único camino que veo posible. Voy a desaparecer, volar, ser libre, así no tendré que preocuparme por nada.
                                                                                    Adiós."

       Y eso fue lo último que supieron sus padres, de su hija mayor, Erika. Una mujer sin hijos ni esposo, que vivía en un pequeño dupléx cerca del mar. Más presisamente cerca de los acantilados, en Mar del Plata. Hasta que un mal día dejó una carta en la puerta de la casa de sus padres, y nunca más la vieron. Pasó el tiempo, y las investigaciones seguían sin dar con ninguna pista o rastro de ella. Todo terminó cuando un hombre de prefectura los visitó, y les dio la noticia de que habían encontrado a su hija. Estaba entre las piedras con las que choca el mar, en los acantilado. Al parecer, se había suicidado. Hizo lo que había predicho, desapareció, voló, y se fue feliz, como quería ser.


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