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jueves, 16 de agosto de 2012

Don Quijote y el dragón


Estaba Don Quijote recostado en una playa desierta. Se despierta en medio de una densa bruma, al abrir los ojos ve el azul intenso del mar que estaba enfrente de él. Lo sobresalta una leve brisa marina que termina despejando la niebla. Al estar todo más claro, se levanta, se sacude la arena de su ropa, con su mano derecha toca su espada, y ya más tranquilo se atusa los bigotes y barba, empezando a observar dónde es encuentra. Le resulta extraño verse tan cerca del mar, piensa “en la Mancha no hay costa”. Se sobresalta con un corto relincho de su fiel Rocinante que aparece cerca de él. Luego decide subirse al caballo, con su lanza en mano y recorrer alguna distancia.
Las sombras de la noche empiezan a hacerse notar. A lo lejos se divisa la luz de un faro. Don Quijote nota una extraña y gigantesca silueta. Lleno de curiosidad trata de ir hacia ella. Mientras se aproxima, sus febriles pensamientos lo convencen de que una nueva aventura lo estaba por sorprender.
-- ¿Qué es eso que veo allí? En los libros de caballería, he leído sobre dragones gigantes que eran derrotados por valientes héroes. ¿Es esto un dragón? Parece salirle de la boca una gran llamarada de fuego hacia todas direcciones.
            Ya más cerca del faro, Don quijote empieza a idear alguna forma de derrotar a la temible bestia. Don Quijote toma coraje, apunta su lanza hacia la mole, espolea a Rocinante, y a toda velocidad arremete contra el dragón. En un segundo se escucha un gran impacto de su lanza contra la estructura metálica del faro. Quijote cae de su caballo, dándose con mucha fuerza contra el piso.
            Los cuidadores del faro, unos marineros de Prefectura, al escuchar el estruendo salen a ver qué es lo que había sucedido. Encuentran a un hombre tirado en el suelo, magullado, con su armadura abollada y rota. Los marinos no pueden salir de su asombro, al ver el extraño personaje que parece haber salido de otra época. Don Quijote, todavía aturdido agradece la ayuda de los hombres y les pide aliarse con él para derrotar al terrible dragón. Al escuchar esto, los marineros se miran y se empiezan a reír. Don Quijote airado, por la falta de respeto, monta su caballo, mascullando insultos inentendibles, y derrotado se pierde en la noche por las playas del sur.

Escrito por: Valeria Spagnuolo y Miguel Spagnuolo

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